Colaboración Martínez
Abrí los ojos.
La alarma me despertó a las seis de la mañana y el día me recibió con nubes, pero no me importó. Al llegar a la Facultad de Ingeniería, confirmé mi mayor augurio: había otras doscientas mujeres a quienes tampoco les importaba el tiempo, porque estábamos frente a algo más importante. Llegaron de todos los puntos de Montevideo, del interior, del exterior; una compañera vino a dedo desde Young. Llegaron solas, con gente que conocían de vista, con hermanas, con amigas: la timidez fue el obstáculo más fácil de vencer.
El nombre Encuentro de Feministas Desorganizadas surgió intentando amparar a todas aquellas que querían alzar su voz sin tener un colectivo de referencia, pero tuvo poco de desorganizado. Constó de tres charlas y un plenario. Las distintas oradoras nos abrieron la cancha para cuestionarnos quiénes somos, qué queremos y cómo podemos lograrlo. Las preguntas nos atravesaban individualmente, pero sabíamos que nos teníamos las unas a las otras para responderlas. Desde mujeres con experiencia militante en varios ámbitos hasta compañeras que todavía manejan una suerte de miedo a la palabra política: todas unidas, estábamos buscando transformarnos desde el pie para crecer juntas.
Nuestro plenario nos dejó dos cosas. Por un lado, la evidencia explícita de que las mujeres tienen mucho para decir. Opiniones, pedidos y reclamos convergieron en aquel auditorio que nos amparó aquella tarde. Por otro, nos dejó un nombre como colectivo. Hoy, somos el Encuentro de Feministas Diversas. Somos heterogéneas, pero nuestras voces se unen en un solo grito que pide libertad y celebra el empoderamiento. Somos doscientas mujeres que se encuentran todos los días consigo mismas, redescubriéndonos y aprendiendo a deconstruírnos. Nos encontramos entre nosotras, luchando del mismo lado, dispuestas a apoyarnos entre nosotras desde la más profunda sororidad.
Abrí los ojos. Y me di cuenta de que juntas somos poderosas.
Tamara Martínez.