25 de noviembre: Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres
No tengo privilegio que proteja este cuerpo
en la calle creen que soy un blanco perfecto
pero soy negra como mi bandera y valiente
en nombre mío y en el de todas mis bisabuelas
No tener acceso a los bienes materiales básicos como la vivienda, una buena alimentación, atención médica, educación, es violento.
No poder acceder a un trabajo formal, con derechos laborales básicos, es violento.
No tener tiempo ni recursos materiales para acceder a la cultura es violento.
No poder circular por el espacio público sin ser blanco de acoso o agresiones es violento.
Que otres puedan decidir sobre nuestros cuerpos y sexualidades es violento.
Que los salarios de las mujeres sean inferiores al de los varones y que exista el “techo de cristal” es violento.
Que una persona desaparezca y no haya respuestas del Estado es violento.
Que la maternidad, los cuidados y el espacio doméstico sean el destino inexorable de los cuerpos femeninos es violento.
Que la pareja controle, cele, pegue, manipule es violento.
Que la vida de una mujer sea arrebatada por alguien que la considera su propiedad es el último frente en el que la violencia se manifiesta. En esta sociedad patriarcal, misógina y capitalista nos siguen matando. Nos matan niñas, jóvenes o adultas; nos matan ricas o pobres; nos matan cis o trans. La misma sociedad que nos construye mujer, nos asesina mujer cuando nos oponemos a la violencia.
A lo largo de su historia, los feminismos nos han brindado conceptos nuevos para definir las injusticias a las que nos somete el patriarcado. ¿Qué mejor forma de invisibilizar fenómenos que el que no existan palabras para nombrarlos? Así, por ejemplo, aparece el término “femicidio” o “feminicidio”, que marca la importancia de visibilizar los motivos que llevan a que una mujer sea asesinada por su género. Los femicidios no son hechos aislados: son una pieza más dentro de un entramado de relaciones de poder, de micromachismos, de roles asignados, de discriminación, de misoginia.
En Uruguay, un país pequeño que ha tomado notoriedad internacional por ciertas leyes progresistas en materia de derechos humanos, la cifra de femicidios no para de aumentar.
El poder ejercido sobre nuestros cuerpos nos ha costado la vida de 35 mujeres este año, al menos hasta el momento de elaboración de esta proclama. Lamentablemente, sabemos que esta es una cifra que aumenta con velocidad alarmante.
Son 35 mujeres asesinadas por violencia machista. La sociedad y el Estado han avalado que hoy nos falten las nuestras: las que callaron, las que gritaron y no fueron escuchadas, las que aguantaron, las que fueron obligadas a ser como debían ser y no solo ser.
Ser mujer es transitar el dolor y la conciencia de saber que un día nos puede pasar a nosotras; es cargar con la culpa de ser mujeres. Nos matan, nos violan, nos desaparecen, nos explotan, nos subestiman, nos desprecian.
La violencia en todas sus dimensiones busca adoctrinar, busca someter, busca silenciar. Las que seguimos vivas recibimos el mensaje, pero no lo aceptamos.
Somos la voz de las que ya no la tienen, de las que han sido silenciadas, somos las nietas de generaciones que no admitieron el destino que nos asigna este sistema. De ellas aprendimos y seguimos aprendiendo a conquistar nuestra libertad. Nos deconstruimos para pensarnos juntas y libres, para ser sororas y derribar la opresión.
Exigimos mejores políticas públicas y monitoreo permanente. Reclamamos al Estado presupuestos reales y suficientes para atender nuestra realidad y necesidad. Pero, sobre todo, llamamos a todas las mujeres a reconciliarnos con nosotras, con nuestros cuerpos, con la de al lado. Pensémonos como mujeres que construyen un tejido social. Sepamos que siempre habrá compañeras que estarán alertas ante el primer signo de violencia.
No queremos que nos falten más. Ni muertas ni desaparecidas: las queremos acá viviendo. Estamos en pie de lucha por una vida más libre, plena, segura e igualitaria para las mujeres y las niñas.
Ni una agresión sin respuesta